Tener una puerta por la que pasar a otro mundo. Dar un paso hacia el otro lado, cerrar detrás de ti, echar el cerrojo si es necesario. Sentirte ligera y calarte hasta los huesos de magia, de esa sensación de que todo puede ocurrir. Escapar un ratito al menos a un lugar de color donde nada te pesa, donde no funciona ninguna ley física, ni teorema cuántico y al que no llegan los problemas grises. Quiero tener un espejo con esa posibilidad detrás.
Pero sé que los espejos tienen el fondo duro, porque lo he comprobado simplemente por descartar la posibilidad (una, que a fin de cuentas tiene espíritu científico). Si los intentas atravesar, te chocas, te haces daño. Pero.... ¿creéis que podemos estar seguros de esta lógica tan aplastante?
Cuando conocí a Nathalie y a Rai, supe en seguida su secreto. Lo vi en sus ojos porque lo cantaban, sin ellos saberlo, a los 4 vientos. Por su forma de hablar, de pensar, las cosas que dicen cuando charlan... ¡les descubrí! ¡Les pillé! Supe que ellos eran ese espejo. Que en cuanto te descuidas, te cogen de la mano, te acompañan y luego te escupen, sin babas ni nada, en su Kamchatka, que es ese lugar al otro lado que tanto anhelas. Y sólo te queda dejarte llevar.
Allí aprendes que sentirte pequeña de nuevo no es un viaje al pasado, sino al presente e incluso al futuro. Ellos te muestran que estamos todos hechos de un 65% de agua y que la mayoría del resto, es juego. Somos juego. El juego nos hace grandes y a la vez, muy pequeños. Y yo echo a veces mucho de menos volar.
Podríamos decir que Kamchatka es ese mundo mágico, ese espacio al otro lado, pero también ese cohete en el tiempo. Y entonces, Nathalie y Rai, ellos dos, tripulantes de momentos, de la imaginación, del sueño... son capaces de llevarte a dónde te imagines tú que la risa existe.
Tengan cuidado, señores y señoras, porque han llegado a en un lugar restringido, acordonado y encriptado. Están ustedes entrando en Kamchatka y aquí todo vale, así que hagan el favor de dejarse la cordura fuera.
Laura Donada Gutierrez